Los franceses tienen fama de huelguistas, sobre todo cuando temen perder derechos sociales adquiridos. Las huelgas de hoy son masivas, en ellas participan millones de personas, pero nada tienen que ver con las míticas movilizaciones de mayo del 68 cuando estudiantes reclamaban una sociedad menos conservadora y más libre.
Las manifestaciones del 7 de setiembre de este año, la más grande de los últimos años y que congregaron entre 1,5 y 3 millones de personas –según la fuente sea de la policía o los sindicatos - revisten un carácter menos romántico y mucho más concreto que la de los jóvenes barbudos de los años sesenta. Aunque, dado que han transcurrido más de cuarenta años desde las históricas trincheras parisinas, los sesentones que desfilaban este 7 de setiembre últimos eran probablemente los mismos que desafiaron a Charles de Gaulle en el 68. Solo que ahora reclaman porque el gobierno de Sarkozy quiere postergar la edad de la jubilación, que en Francia fue fijado a los 60 años en la década de los 80, cuando gobernaba François Mitterrand.
A diferencia de los sistemas privados de pensiones, al estilo estadounidense, que se sustentan en jugar con el dinero en la bolsa, el sistema francés se basa en la solidaridad. Es decir que son los jóvenes con sus aportes a los fondos de pensiones los que hacen que sea posible pagarles la pensión a los mayores. Un sistema que era el orgullo de muchos países europeos y que hasta ahora funciono, más o menos sin falla.
Fueron los socialistas quienes adelantaron la edad de la jubilación de 65 a 60 años y son ellos ahora quienes se encuentran entre la espada y la pared, sin saber que proponer, porque el sistema no da para más.
El principio de solidaridad en la pensiones funciona cuando existe una ancha base se población joven que puede sostener a una punta más pequeña de gente mayor. ¿Pero qué pasa cuando las tasas de natalidad son tan bajas que no llega ni siquiera a renovar la población y la esperanza de vida se prolonga mucho más allá de los 80 años? El sistema se vuelve insostenible. Una pirámide invertida en la que los ciudadanos activos son muy escasos para sostener a una masa de jubilados cuya esperanza de vida se acrecienta, gracias a los progresos de la ciencia y la tecnología.
Paradojas del desarrollo: el deseo de maternidad es inversamente proporcional al enriquecimiento de un país. Una de las soluciones seria abrir las puertas a la inmigración. Los inmigrantes legales contribuirán a sostener el sistema son sus aportes a la seguridad social y el crecimiento de la población , pues las mujeres inmigrantes tienen más hijos que los nativos franceses. Aunque esa mayor natalidad decrece en la segunda generación, cuando las chicas que han aprovechado la educación y el bienestar del Primer Mundo deciden, a su vez, tener un solo hijo y mucho después de los 30 años.
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